EL MAESTRO GUILLERMO VALENCIA FUE POETA Y POLITICO COLOMBIANO
Guillermo Valencia
Castillo (Popayán, Colombia, 20 de octubre de 1873 - Popayán, Colombia, 8 de
julio de 1943) fue un poeta y político colombiano. Fue pionero del Modernismo
en Colombia. Además, fue diplomático y candidato presidencial, creador de una
poesía pictórica con influencias del romanticismo y del parnasianismo.
AMOR VERDADERO
Tu indiferencia aumenta mi deseo.
Cierro los ojos yo por olvidarte,
y cuando más procuro no mirarte
y más cierro los ojos, más te veo.
Humildemente en pos de ti rastreo.
humildemente sin lograr cambiarte,
cuando alzas tu desdén como un baluarte
entre tu corazón y mi deseo.
Sé que jamás te alcanzará mi anhelo,
que otro feliz levantará tu velo
¡y estrechará tu juventud en flor!
Y, en tanto crece mi pasión y avanza:
es medio amor amar sin esperanza,
y amar sin ella, ¡verdadero amor!
PUBLICADO POR PALOMA VALENCIA-LASERNA EN 15:36
A LA MEMORIA DE JOSEFINA
I
De lo que fue un amor,
una dulzura
sin par, hecha de ensueño
y de alegría,
sólo ha quedado la ceniza
fría
que retiene esta pálida
envoltura.
La orquídea de fantástica
hermosura,
la mariposa en su
policromía
rindieron su fragancia y
gallardía
al hado que fijó mi
desventura.
Sobre el olvido mi
recuerdo impera;
de su sepulcro mi dolor
la arranca;
mi fe la cita, mi pasión
la espera,
y la vuelvo a la luz, con
esa franca
sonrisa matinal de
primavera:
¡Noble, modesta, cariñosa
y blanca!
II
Que te amé, sin rival, tú
lo supiste
y lo sabe el Señor; nunca
se liga
la errátil hiedra a la
floresta amiga
como se unió tu ser a mi
alma triste.
En mi memoria tu vivir
persiste
con el dulce rumor de una
cantiga,
y la nostalgia de tu amor
mitiga
mi duelo, que al olvido
se resiste.
Diáfano manantial que no
se agota,
vives en mí, y a mi
aridez austera
tu frescura se mezcla,
gota a gota.
Tú fuiste a mi desierto
la palmera,
a mi piélago amargo, la
gaviota,
¡y sólo morirás cuando yo
muera!
PUBLICADO POR PALOMA
VALENCIA-LASERNA EN 6:05
LAS DOS CABEZAS
Omnis plaga tristitia
cordis est et
omnis malitia, nequitia
mulieris.
El Eclesiástico
Judith y Holofernes
(Tesis)
Blancos senos, redondos y
desnudos, que al paso
de la hebrea se mueven
bajo el ritmo sonoro
de las ajorcas rubias y
los cintillos de oro,
vivaces como estrellas
sobre la tez de raso.
Su boca, dos jacintos en
indecible vaso,
da la sutil esencia de la
voz. Un tesoro
de miel hincha la pulpa
de sus carnes. El lloro
no dio nunca a esa faz
languideces de ocaso.
Yacente sobre un lecho de
sándalo, el Asirio
reposa fatigado,
melancólico cirio
los objetos alarga y
proyecta en la alfombra...
Y ella, mientras reposa
la bélica falange
muda, impasible, sola, y
escondido el alfanje,
para el trágico golpe se
recata en la sombra.
***
Y ágil tigre que salta de
tupida maleza,
se lanzó la israelita
sobre el héroe dormido,
y de doble mandoble, sin
robarle un gemido,
del atlético tronco
desgajó la cabeza.
Como de ánforas rotas,
con urgida presteza,
desbordó en oleadas el
carmín encendido,
y de un lago de púrpura y
de sueño y de olvido,
recogió la homicida la
pujante cabeza.
En el ojo apagado, las
mejillas y el cuello,
de la barba, en sortijas,
al ungido cabello
se apiñaban las sombras
en siniestro derroche
sobre el lívido tajo de
color de granada...
y fingía la negra cabeza
destroncada
una lúbrica rosa del
jardín de la noche.
Salomé y Joakanann
(Antítesis)
Con un aire maligno de
mujer y serpiente,
cruza en rápidos giros
Salomé la gitana
al compás de los
crótalos. De su carne lozana
vuela equívoco aroma que
satura el ambiente.
Danza todas las danzas
que ha tejido el Oriente:
las que prenden hogueras
en la sangre liviana
y a las plantas deshojan
de la déspota humana
o la flor de la vida, o
la flor de la mente.
Inyectados los ojos, con
la faz amarilla,
el caduco Tetrarca se
lanzó de su silla
tras la hermosa, gimiendo
con febril arrebato:
"Por la miel de tus
besos te daré Tiberiades,"
y ella dícele: "En
cambio de tus muertas ciudades,
dame a ver la cabeza del
Esenio en un plato."
***
Como viento que cierra
con raquítico arbusto,
en el viejo magnate la
pasión se desata,
y al guiñar de los ojos,
el esclavo que mata
apercibe el acero con su
brazo robusto.
Y hubo grave silencio
cuando el cuello del Justo,
suelto en cálido arroyo
de fugaz escarlata,
ofrecieron a Antipas en
el plato de plata
que él tendió a la sirena
con medroso disgusto.
Una lumbre que viene de
lejano infinito
da a las sienes del
mártir y a su labio marchito
la blancura llorosa de
cansado lucero.
Y -del mar de la muerte
melancólica espuma-
la cabeza sin sangre del
esenio se esfuma
en las nubes de mirra de
sutil pebetero.
La palabra de Dios
(Síntesis)
Cuando vio mi poema
Jonatás el Rabino
(el espíritu y carne de
la bíblica ciencia),
con la risa en los labios
me explicó la sentencia
que soltó la Paloma sobre
el Texto divino.
Nunca pruebes, me dijo,
del licor femenino,
que es licor de
mandrágoras y destila demencia;
si lo bebes, al punto
morirá tu conciencia,
volarán tus canciones,
errarás el camino.
Y agregó: Lo que ahora
vas a oír no te asombre:
la mujer es el viejo
enemigo del hombre;
sus cabellos de llama son
cometas de espanto.
Ella libra la tierra del
amante vicioso,
y Ella calma la angustia
de su sed de reposo
con el jugo que vierten
las heridas del santo.
PUBLICADO POR PALOMA
VALENCIA-LASERNA EN 6:06
HAY UN INSTANTE
Hay un instante del
crepúsculo
en que las cosas brillan
más,
fugaz momento palpitante
de una morosa intensidad.
Se aterciopelan los
ramajes,
pulen las torres su
perfil,
burila un ave su silueta
sobre el plafondo de
zafir.
Muda la tarde, se
concentra
para el olvido de la luz,
y la penetra un don süave
de melancólica quietud,
como si el orbe recogiese
todo su bien y su beldad,
toda su fe, toda su
gracia
contra la sombra que
vendrá...
Mi ser florece en esa
hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el
alma,
de ensoñadora placidez;
en él revientan los
renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con
aromas
de algún jardín que hay
¡más allá!...
PUBLICADO POR PALOMA
VALENCIA-LASERNA EN 6:12
Vestía traje suelto de
recamado biso,
en voluptuosos pliegues
de un color indeciso,
y en el diván tendida, de
rojo terciopelo,
sus manos, como vivas
parásitas de hielo,
sostenían un libro de
corte fino y largo,
un libro de poemas
delicioso y amargo.
De aquellos dedos pálidos
la tibia yema blanda
rozaba tenuemente con el
papel de Holanda
por cuyas blancas hojas
vagaron los pinceles
de los más refinados
discípulos de Apeles:
era un lindo manojo que
en sus claros lucía
los sueños más audaces de
la Crisografía:
sus cuerpos de serpiente
dilatan las mayúsculas
que desde el ancho margen
acechan las minúsculas,
o trazan por los bordes
caminos plateados
los lentos caracoles,
babosos y cansados.
Para el poema heroico se
vía allí la espada
con un león por puño y
contera labrada,
donde evocó las formas del
cielo legendario
con sus torres y grifos
un pincel lapidario.
Allí la dama gótica de
rectilínea cara
partida por las rejas de
la viñeta rara;
allí las hadas tristes de
la pasión excelsa:
la férvida Eloísa, la
suspirada Elsa.
Allí los metros raros de
musicales timbres:
ya móviles y largos como
jugosos mimbres,
ya diáfanos, que visten
la idea levemente
como las albas guijas un
río transparente.
Allí la Vida llora y la
Muerte sonríe
y el Tedio, como un
ácido, corazones deslíe...
Allí, cual casto grupo de
núbiles Citeres,
Cruzaban en silencio
figuras de mujeres
que vivieron sus vidas,
invioladas y solas
como la espuma virgen que
circunda las olas:
la rusa de ojos cálidos y
de bruno cabello
pasó con sus pinceles de
marta y de camello:
la que robó al piano en
las veladas frías
parejas voladoras de
blancas armonías
que fueron por los
vientos perdiéndose una a una
mientras, envuelta en
sombras, se atristaba la luna...
Aquésa, el pie desnudo,
gira como una sombra
que sin hacer ruido
pisara por la alfombra
de un templo… y como el
ave que ciega el astro diurno
con sus ojos nictálopes
ilumina el |Nocturno
do al fatigado beso de
las vibrantes clines
un aire triste y vago
preludian dos violines...
La luna, como un nimbo de
Dios, desde el Oriente
dibuja sobre el llano la
forma evanescente
de un lánguido mancebo
que el tardo paso guía
como buscando un alma,
por la pampa vacía.
Busca a su hermana; un
día la negra Segadora
—sobre la mies que el
beso primaveral enflora—
abatiendo sus alas, sus
alas de murciélago,
hirió a la virgen pálida
sobre el dorado piélago,
que cayó como un trigo...
Amiguitas llorosas
la vistieron de lirios,
la ciñeron de rosas;
céfiro de las tumbas, un
bardo israelita
le cantó cantos tristes
de la raza maldita
a ella, que en su lecho
de gasas y de blondas,
se asemejaba a Ofelia
mecida por las ondas:
por ella va buscando su
hermano entre las brumas,
de unas alitas rotas las
desprendidas plumas,
y, por ella...
"Pasemos esta doliente hoja
que mi ser atormenta, que
mi sueño acongoja",
dijo entre sí la dama del
recamado biso
en voluptuosos pliegues
de color Indeciso,
y prosiguió del libro las
hojas volteando,
que ensalza en áureas
rimas de són |calino y blando
los perfumes de Oriente,
los vívidos rubíes
y los joyeros mórbidos de
sedas carmesíes.
Leyó versos que guardan
como gastados ecos
de voces muertas; cantos
a ramilletes secos
que hacen crujir, al
tacto, cálices inodoros;
métros que reproducen los
gemebundos coros
de las locas campanas que
en el |Día de Difuntos
despiertan con sus voces
los muertos cejijuntos,
lanzados en racimos entre
las sepulturas
a beberse la sombra de
sus noches oscuras...
…Y en el diván tendida,
de rojo terciopelo,
sus manos, como vivas
parásitas de hielo,
doblaron lentamente la
página postrera
que, en gris, mostraba un
cuervo sobre una calavera.
Y se quedó pensando,
pensando en la amargura
que acendran muchas
almas; pensando en la figura
del bardo, que en la
calma de una noche sombría,
puso fin al poema de su
melancolía:
¡exangüe como un mármol
de la dorada Atenas,
herido como un púgil de
itálicas arenas,
unió la faz de un Numen
dulcemente atediado
a la ideal Belleza del
estigmatizado!...
Ambicionar las túnicas
que modelaba Grecia,
y los desnudos senos de
la gentil Lutecia;
pedir en copas de ónix el
ático nepentes;
querer ceñir en lauros
las pensativas frentes;
ansiar para los triunfos
el hacha de un Arminio;
buscar para los goces el
oro del triclinio;
amando los detalles,
odiar el Universo;
sacrificar un mundo para
pulir un verso;
querer remos de águila y
garras de leones
con qué domar los vientos
y herir los corazones;
para gustar lo exótico,
que el ánimo idolatra,
esconder entre flores el
áspid de Cleopatra;
seguir los ideales en pos
de Don Quijote,
que en el Azul divaga de
su rocín al trote;
esperar en la noche las
trémulas escalas
que arrebaten ligeras a
las etéreas salas;
oír los mudos ecos que
pueblan los santuarios,
amar las hostias blancas;
amar los incensarios
(poetas que diluyen en el
espacio inmenso
sus ritmos perfumados de
vagaroso incienso);
sentir en el espíritu
brisas primaverales
ante los viejos monjes y
los rojos misales;
tener la frente en llamas
y los pies entre lodo;
querer sentirlo, verlo y
adivinarlo todo:
eso fuiste, ¡oh poeta!
Los labios de tu herida
blasfeman de los hombres,
blasfeman de la vida,
modulan el gemido de las
desesperanzas,
¡oh místico sediento que
en el raudal te lanzas!
¡Oh Señor Jesucristo! por
tu herida del pecho,
¡perdónalo, perdónalo!
¡desciende hasta su lecho
de piedra a despertarlo!
Con tus manos divinas
enjuga de su sangre las
ondas purpurinas...
Pensó mucho: sus páginas
suelen robar la calma;
sintió mucho: sus versos
saben partir el alma;
amó mucho: circulan
ráfagas de misterio
entre los negros pinos
del blanco cementerio...
No manchará su lápida
epitafio doliente;
tallad un verso en ella,
pagano y decadente,
digno del fresco Adonis
en muerte de Afrodita:
un verso como el hálito
de una rosa marchita.
que llore su caída, que
cante su belleza,
que cifre sus ensueños,
¡que diga su tristeza!
¡Amor!, dice la dama del
recamado biso
en voluptuosos pliegues
de color indeciso;
¡Dolor! dijo el poeta.
Los labios de su herida
blasfeman de los hombres,
blasfeman de la vida,
modulan el gemido de la
desesperanza:
fue el místico sediento
que en el raudal se lanza.
Su muerte fue la muerte
de una lánguida anémona,
se evaporó su vida como
la de Desdémona;
ebrio del vino amargo con
que el dolor embriaga
y a los fulgores trémulos
de un cirio que se apaga...
¡Así rindió su aliento,
bajo un sitial de seda,
el último nacido del
viejo Cisne y Leda!...
PUBLICADO POR PALOMA
VALENCIA-LASERNA EN 6:13
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