Gloria Vergara


Jaime Sabines:
el son de la vida

La poesía es un acontecimiento humano,
y la puedes encontrar en cualquier parte,
a cualquier hora, sorpresivamente.
JAIME SABINES


En 1951, Sabines escribió para la revista La Patria Chica: "¡Afuera! ¡Lejos, la función trivial, la musiquita, la rima![…] Hay que libertarse. El poeta no es un animal de adorno, ni la poesía un arete o un abanico. Somos hombres, antes que poetas. Y lo hondo, lo profundo, lo oscuro, como lo claro y lo concreto del hombre, debe ir al poema, debe hacerlo, construirlo con su mundo aparte[…] Y es que hacer un poema es llorar. Llora o ríe el poema, nosotros sangramos, parimos, cumplimos una función vital" (Zarebska, 1994: 77). Para entonces, Sabines había publicado sólo su primer libro; sin embargo, deja muy clara su postura ante la creación y su relación estrecha con la vida, pues para el chiapaneco la poesía no se hace de los ritmos vacíos aprendidos. Al igual que Dolores Castro, Sabines ve la poesía como producto de la experiencia emotiva. En la obra, el poeta no controla sus hilos de sangre como no se controlan los ríos amargos en las quijadas de los que sufren. Es una entrega al mundo, comunicación vital con el universo. Pero esa comunicación no se da como una transparencia, más bien se revela en su estado confuso y clava al poeta en la necesidad de expresar su lucha con la palabra, pues "la palabra es un puente mediante el cual el hombre trata de salvar la distancia que lo separa de la realidad exterior", como lo enuncia Octavio Paz en El arco y la lira (Paz, 1979: 36).
La entrega del poeta al mundo a través de la palabra tiene también un proceso por el que muchos lectores se preguntan, ¿cómo escribe Jaime Sabines? ¿Cómo puede corregir el dolor en el poema, los raspones de la vida? Si la poesía va tan pegada a la piel, esa tarea parece imposible. Sin embargo, Sabines, por más sencillo que parezca, fue un poeta riguroso. El hecho de saberse hombre antes que creador no impide su oficio: "creo que no hay gran poesía sin gran técnica. Nada más que en mi caso, y creo que en el caso de cualquier otro que se considere buen poeta, la técnica debe pasar totalmente inadvertida" (Zarebska, 1994: 233). El oficio es parte de la perfección en tanto tiene que ver no sólo con una disciplina sino con un orden interior. En este proceso hay que darles la vuelta a las palabras, dejarlas que se acomoden a gusto en el enjambre que traemos dentro para que, al vaciarse, estén en una convivencia natural. Sólo entonces se despliega ese instante de revelación. Pero ésta no debe ser identificada con el estereotipado concepto de inspiración. En tales términos, la palabra inspiración sale sobrando para Sabines. Más que estar inspirados es necesario sentir la vida, palparla y palparnos por encima de la técnica. Que el oficio y la técnica sean nuestras alas y no la cárcel de la palabra. Sabines lo manifiesta así: "cuando escribo, lo único que sé es que sufro de dolor, de esperanza, de alegría; sé que estoy sufriendo y que necesito decirlo" (Ibid.: 104). Y si el dolor no se dice, de cualquier modo se sufre, pues "el poeta escribe por necesidad fisiológica, por necesidad ontológica, por fatalismo. La poesía, más que una vocación, es un destino" (Ibid.: 256) o una misión en la que todo lo vivido se transfigura, como lo reconoce Enriqueta Ochoa. Hay que vivir, saber triunfar y sufrir como ser humano para que venga la poesía de todos lados, de cualquier parte. Con este advenimiento se condensa la memoria y se convierte en el pulso de todos los tiempos.
Para Jaime Sabines, la poesía debe ser producto de una manera de vivir. Todo completa el proceso. Alfonso Reyes lo reconoció en su ensayo "Las etapas de la creación", cuando habla del marasmo, la irritabilidad y las alternativas de alegría y tortura que acompañan y suceden a la creación. Reyes dice que el poeta parece un despistado, pero anda en marasmo, pone en barbecho el alma. Es decir, se prepara, está en vigilia, abona su memoria como la tierra se abona con los huizaches restregados, amontonados o quemados. Como en la tierra, en el alma se arrastra la hierba, se quema, se corta para sembrar la semilla que dará el fruto. Así le ocurre al poeta; la sangre se le seca y se desgarra en su inocencia, hurga sin saber en sus recuerdos y de allí, de lo más doloroso, saca sus mejores poemas, pues, como decía Paul Valéry, sólo el poeta es un cirujano que corta en carne viva.
En esta disposición de circunstancias, el poeta es un contemplador, se gusta, se reclama, se apropia. Separar la inspiración de la técnica es algo infructuoso y va en contra de esa fuerza vital que emerge para transformar lo que la conciencia arroja, pues inspirar es aspirar y, al mismo tiempo, soplar, infundir como lo hace ver Xavier Villaurrutia. Enriqueta Ochoa habla de inspiración unida a la curiosidad y a lo auténtico. Nos hace ver cómo la curiosidad planta al poeta ante el asombro, "lo enseña a viajar a sus adentros, a conciliar el paisaje del mundo interno con el del mundo externo, fundirlo, recrearlo y transformarlo en poesía" (Quintero, 1996: 49). La autenticidad que busca Jaime Sabines tiene que ver con la entrega emotiva que el poema requiere y el oficio nos da el poder de sugerencia con cada palabra que llevamos al espacio de la escritura. Rosario Castellanos, en el ensayo "El escritor y su público" afirma que el acto de escribir tiene que ver con una disposición de la naturaleza en la que opera el hábito de la voluntad. Y este hábito, dice, es resultado del trabajo, de la paciencia "detrás de cada página tersa, de cada texto ordenado, deleitoso, nítido, se ocultan las infinitas tachaduras, los borrones inconformes, los cestos llenos de papeles desechados" (Castellanos, 1984: 190).
Para José Gorostiza, las ideas del poeta son tan precisas como las que tiene el artesano sobre sus materiales y herramientas. Sin articulación, sin método se disolverían como impresiones personales, pues "la poesía es una especulación, un juego de espejos en el que las palabras, puestas unas frente a otras, se reflejan hasta lo infinito y se recomponen en un mundo de puras imágenes donde el poeta se adueña de los poderes escondidos del hombre y establece contacto con aquél o aquello que está más allá" (Gorostiza, 1988: 68).
Pero cuando se es completo ya no se escribe, dice Jaime Sabines, porque entonces se alcanza a Dios y Dios es silencioso. En este sentido, el arte siempre está en camino de perfección. Si fuera perfecto, afirma el poeta, no nos serviría de nada porque no podríamos reconocernos en él. Jaime Sabines ve la necesidad de ese reconocimiento en el ejemplo de otro gran escritor: "Una vez le criticaron a Faulkner sus novelas; decían que había mucha paja. Él contestó que no sólo había paja, sino lodo y tierra y hojas secas; y huesos rotos como los hay en la vida misma. ¿Para qué queremos un arte perfecto, puro, autónomo, si nosotros no somos así, si no nos vamos a reconocer en él?" (Zarebska, 1994: 188). El arte es el rescoldo de la vida. El poeta aprende de ésta y "a través de la metáfora descubre conexiones no vistas en la realidad" (Bernárdez, 1996: 17). El hecho de tener conciencia de lo más burdo de la vida, de las ruinas, como lo reconoce Dolores Castro, nos abre la puerta a la experiencia de lo sagrado. Porque una función esencial de la poesía es mostrarnos el otro lado de las cosas, la prodigiosa realidad del mundo, como dice Octavio Paz.
El poeta es el condenado a vivir, el escribano a sueldo de la vida; no tiene privilegios, no tiene una estrella en la frente, es un peatón. Sabines lo sabe muy bien y lo sufre. Así, por ejemplo, nos habla de cómo se vio forzado a trabajar en la tienda de ropa: "era un poeta, pero tenía que ponerme a vender metros de manta o delantales o no sé qué carajos. Ahora reconozco que aquellos años me enseñaron muchas cosas; la humildad, a ser cualquier gente, aunque en el fondo supiera que yo era, antes que nada, un poeta" (Zarebska, 1994: 84). En esos años deTarumba, Jaime afianza su noción poética. Había dicho en 1951: "somos hombres antes que poetas" y, en 1959, cuando recibe el Premio Chiapas, habla de su experiencia tras el mostrador y dice: "entonces comprendí que no se debe vivir a lo poeta, sino a lo hombre". Por ello, para Sabines, la poesía necesita también de un orden interior, de una fuerza, de una manera de vivir que nos ayude a crecer en humildad: "Cada vez que me siento crecer en comprensión y en humildad, me siento crecer en la poesía" (Ibid.: 109). Este tono de Sabines nos acerca de nuevo a Dolores Castro cuando ella encuentra un sentido de orden en la palabra poética. El orden de la palabra, dice, nos da un lugar en el cosmos. "Ese lugar para mí tiene un horizonte que siempre coloca con humildad, es decir, con los pies puestos en la tierra" (Bernárdez, 1996: 16). Tomando ese lugar, al poeta le queda ser el portavoz de su tribu, como enuncia Alfonso Reyes. Es decir, la consumación literaria es, en esencia, un acto de carácter colectivo. Así lo nota Jaime Sabines cuando ve al poeta como testigo del hombre, de las cosas. El poeta es sobreviviente de la poesía. Es un payaso, un maniquí, "oficiante de todos los oficios, actor de todos los dramas, las tragedias y las comedias del mundo" (Zarebska, 1994: 114).
El destino lo pone en la soledad de cada ser viviente. Desde su soledad, desde su intento por frustrarla, el poeta eleva su canto, "sale desnudo por las calles y por la vida". Y esa desnudez es la que le exige ser auténtico, pues el acto mismo de la escritura implica, según Paz, un desprendimiento del mundo que equivale a arrojarse al vacío. Sabines dice: "si tienes una propensión mística, por qué no escribirla; si vives solo y atormentado en la soledad, ¿por qué no hablar de lo tuyo? La poesía debe ser el testimonio de nuestra cotidianidad" (Ibid.: 158). Sólo en esta medida la poesía es revelación y camino de la verdad. El poeta "escribe sobre sus experiencias, que son sensaciones y pensar iluminado; está cantando el destino humano" (Bernárdez, 1996: 17).
En este sentido, Dolores Castro reconoce que la función de la poesía radica en señalar lo sagrado y, a la vez, reafirmar la importancia de la vida. Hay cosas que no entendemos, pero que atrapamos a veces en su lado más oscuro, porque "escribir es un acto de fe. La palabra nos ubica, nos constituye, nos permite crear un orden que devela un sentido que subyace" (Ibid.). Estas intuiciones primarias entran en el poema, permitiendo que se dé la circularidad iluminada que para la poeta consiste en la redificación de la ruinas como imágenes primarias de la relación con la tierra, con el origen. Esta redificación es lo que nos da un lugar en el mundo y nos hace intuir la arquitectura de la palabra. Así, la poesía se convierte en una forma de conocimiento y logra, como afirma Sabines, que todo vuelva a ser nuevo: las palabras, las cosas. El poeta no debe perder el asombro frente al mundo, frente a lo que le rodea; sólo así lo vivido se transfigura, se vuelve poesía. Sólo entonces la poesía es descubrimiento, resplandor de vida, verdad del hombre. Porque "la poesía es una droga que se tomó una vez, un cocimiento de brujas, un veneno vital que le puso otros ojos al hombre y otras manos, y le quitó la piel para que sintiera el peso de una pluma", dice Sabines, en 1983, al recibir el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura.
Si la poesía se nos da por necesidad, "el poeta no debe esperar a ser un consagrado, porque ese día se momifica: que estudie, que lea, que aprenda, que abra los ojos para mirar la vida y ahí encontrará miles de estímulos vitales" (Zarebska, 1994: 140). Si los premios llegan, qué bueno; y si no, también. El poeta no debe cifrar sus esperanzas en ellos. Debe ser como el primer hombre, tiene que aprender a ganarse el pan. Los que escriben para los premios, para los juegos florales, están acabados. El poema tiene como medida la autenticidad, y ésta no puede darse con actitudes mediocres. Sabines no cree en las juntas de los intelectuales, en los grupos, en las asociaciones. El poeta debe estar alejado de modas y vanguardias; debe entregarse a la tarea de escribir. No hace falta entrar en ese concurso de sabios, de ingeniosos, de enterados. La poesía no necesita de poses: "estoy harto de los poetas y de las quinceañeras. Siempre están ensayando el vals de su presentación en sociedad", dice en "Maltiempo". Es necesario salirse de toda esa envoltura de las pretensiones sociales; la vida no está allí. Para Sabines, la poesía se encuentra en cualquier lugar: la calle, los hospitales, los establos, los burdeles, las escuelas, los parques; la poesía es un acontecimiento humano y se le "puede encontrar en cualquier parte, a cualquier hora, sorpresivamente". El poeta sabe que la vida no es un concurso. De ahí que aconseje a los jóvenes que vivan y escriban. "En ese orden, absolutamente. Si no se escribe de la vida, ¿de qué se puede escribir entonces? Hablar de las cosas que tocamos y que nos rodean. Yo, por eso, hablo de mi cuarto, de mi cama, de mis zapatos, de mi cigarro" (Ibid.: 181). En esto radica la aportación de Jaime Sabines a la poesía mexicana. "Le di carne y poco de aire, libertad", dice, pensando tal vez en los poetas que critica por su "acartonamiento" en la expresión poética y su papel social de clubes y grupos. LC

Bibliografía

Bernárdez, Mariana (1996), "Crecer entre ruinas. Dolores Castro: La sencillez y las velas", (Entrevista con Dolores Castro), Periódico de poesía 15, Otoño, México.
Castellanos, Rosario (1984), Juicios sumarios II. Ensayos sobre literatura, México, FCE/CREA.
Gorostiza, José (1988), Cauces de la poesía mexicana y otros textos, México, UNAM/Universidad de Colima.
Paz, Octavio (1979), El arco y la lira, 3a. ed., México, Fondo de Cultura Económica.
Quintero, Alfredo E. (1996), "Enriqueta Ochoa: poética y creación", Periódico de poesía 15, Otoño, México.
Zarebska, Karla [editora] (1994), Jaime Sabines (Algo sob
re su vida), México.

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